CULTURA VERSUS INDUSTRIA CULTURAL
La cultura se ha revelado como creadora de empleo joven y estable, con una mayor implicación en el medio local y con fuerte resistencia a la crisis, incluso por encima de la media del resto de los sectores de la economía tradicional.
Entonces, ¿por qué la mayoría de las administraciones públicas están reduciendo las inversiones, subvenciones y contrataciones en cultura?
Y sobre todo, ¿por qué la mayoría de la población ve con buenos ojos estas reducciones o se queda indiferente?
Para comenzar a dar respuestas a estas preguntas, considero que es importante remontarnos un poco en el tiempo.

EL NEW DEAL Y LA GENERALIZACIÓN DE LA CULTURA
Tras la crisis del 29 y sus negativas consecuencia sociales, se impuso un nuevo modelo económico, laboral y de relaciones sociales. Dicho modelo presentaba, entre otras, las siguientes características:
– Generalización de la economía del bienestar
– Desarrollo de políticas de equidad (el principio de la igualdad de oportunidades)
– Acceso de la mayoría de la población a la sanidad, la educación y la cultura
– Nuevo modelo de relaciones laborales y de formación de los trabajadores
– La economía productiva es el fundamento del desarrollo
– El Estado se configura como garante de este nuevo modelo
En estos años se extendió la idea de que existían una serie de actividades que debían ser garantizadas por el Estado como una forma de compromiso social fundamental: la sanidad, la educación y la cultura. Estas actividades se consideraba que estaban excluidas del mercado, o al menos que éste sería minoritario, y una especie de bien de lujo para algunos elementos sociales. Así, en Sanidad se consideraba que un seguro médico era un lujo para un pequeño grupo social que quería un mejor trato hostelero, la educación privada era una forma arcaica de segregación social y preservación de privilegios y determinadas fórmulas culturales (como la ópera…) una rareza de minorías esnobs.

LA NUEVA SOCIEDAD Y LA CULTURA
A lo largo de buena parte del siglo XX este nuevo modelo económico y social ha ido configurando nuestro marco de vida. En el caso de Europa ya se partía de un principio de Estado central protector, lo que reforzó de forma importante el modelo, imponiéndose gracias a ello algunos principios fundamentales en lo que se refería a cultura y educación:
– Apoyo al incremento de las becas de estudios
– Apoyo al incremento de los fondos destinados a cultura
– Generalización de la educación primaria e incremento del acceso a la educación secundaria y universitaria
– Convencimiento de que mayor cultura y educación permite un mayor desarrollo personal y mejores oportunidades de empleo.
– Prestigio de la cultura como desarrollo personal y mayor felicidad individual
– Prestigio de los artistas y/o trabajadores de la cultura
– Mayor dotación de infraestructuras para la cultura (Reforma de teatros, construcción de centros culturales y cívicos, dotación de centros multiusos…)

Por ejemplo, en los años 70, para la UNESCO, la definición de la cultura permite al ser humano la capacidad de reflexión sobre sí mismo: a través de ella, el hombre discierne valores y busca nuevas significaciones.

LOS CAMBIOS ECONÓMICOS Y CULTURALES DE FINALES DE LOS 90
Con la crisis de los noventa, “el llamado efecto tequila”, este contrato social se comenzó a resquebrajar. Retornaron con fuerza las ideas liberales. La desaparición de contra-modelos (caída de los países de economía centralizada) y la pérdida ideológica de la socialdemocracia (es cuando aparece la llamada “tercera vía” de los laboristas ingleses, que en realidad es una ideología liberal con tintes asistenciales) generaron la sensación de que la única vía para crecer y hacerlo de forma equilibrada era por medio de la medidas económicas y sociales que predicaba el neo-liberalismo económico. Esta idea caló en la mayoría de países y dirigentes políticos (incluso entre la llamada izquierda), y la mayoría de la doctrina económica se apuntó a esta ortodoxia. Los que no aceptábamos este cambio de paradigma fuimos tildados de “heterodoxos” (y en palabras de algunos dirigentes políticos, como Solchaga, que se supone que era socialista, de peligrosos).
La imposición de este pensamiento económico provocó un cambio en la realidad social en los años que siguieron:
– Se impuso el principio de la “rentabilidad económica de las decisiones”
– El mercado se pone en el centro de la sociedad y será el responsable de dar respuesta a todas las necesidades de la sociedad. La “mano invisible”: lo que no es rentable económicamente se pone en duda.
– Se abandona la política de equidad y se plantea la política de reducción de la pobreza. Ya no se trata de “igualdad de oportunidades” sino de acumular riqueza por parte de un reducido grupo de personas para que se invierta más y evitar los desequilibrios del mercado y por medio de políticas asistenciales.
– La sanidad, la educación y la cultura, entran dentro del mercado como una mercancía más. Comienza una campaña de desprestigio y acoso a estas instituciones.
– Retroceso en las relaciones laborales
– La económica financiera y especulativa es la base de crecimiento. Se liberalizan todas las formas de transacciones financieras, los productos financieros creen y se diversifican sin ninguna seguridad (el mercado lo corregirá todo, dicen los economistas ortodoxos). Se relaja la lucha contra los paraísos fiscales.
– El Estado debe limitarse a ser corrector y evitar intervenir en la economía y la sociedad. Se ponen en entredicho todos los programas denominados sociales.
– El déficit público es negativo. Se supone que el Estado no sabe invertir y que solo la iniciativa privada sabe invertir con criterio, cualquier retirada de fondos del sistema privado es ineficiente. Por ello hay que limitar la “voracidad impositiva” del Estado y conseguir que se disminuya la carga impositiva, especialmente a los más ricos, que son los que tienen mayor capacidad de acumulación de fondos y por tanto de inversión.
– La lucha se desplaza a limitar el incremento de los precios (la llamada inflación) ya que eso sería demostrativo de un “calentamiento de la economía”, pero se carga toda la responsabilidad de ese incremento en los salarios (mayor dinero en la nómina, mayor consumo, precios más altos), pero no se dice nada de los beneficios empresariales, ya que los economistas ortodoxos afirman que estos invierten la mayoría de los beneficios.

Es estos momentos comienza a aparecer la expresión “Industria Cultural”, que se podría definir como el conjunto de empresas e instituciones cuya principal actividad económica es la producción de cultura con fines lucrativos. Comienza a extenderse la idea de que la cultura también es un negocio y que,, por tanto debería ser rentable y sus resultados, cuantificables y comparables. Y en el caso de que la “actividad cultural” no sea rentable o cuantificable, debe ser cuestionada, cambiada o replanteada. Solo en algunos casos se admite la “cultura” residual o asistencial.
Paralelamente se extiende un concepto de cultura espectáculo, vincula a la televisión basura y la cultura escaparate de grandes producciones y eventos.
Superada la crisis, durante algunos años, gracias a un crecimiento especulativo y la aportación de los países emergentes (en especial China), las tasas de crecimiento son muy altas, lo que hace que este pensamiento se vea justificado y se imponga como “pensamiento único”. En estos momentos aparece el llamado “capitalismo popular”: todos pueden participar de este banquete de riqueza, la gente comienza a especular en bolsa, en vivienda, se vive a crédito… Parece que no hay límite para el crecimiento de la riqueza y que ésta alcanza a todos.
La moral que se impone es la del pelotazo, “tonto el que no se aproveche”, hasta la cultura se contagia de este planteamiento y comienzan a realizarse montajes grandiosos sin justificación, inversiones faraónicas en infraestructuras, grandes centros cívicos, se conceden proyectos y subvenciones sin criterio, claro que esto es solo para agentes culturales próximos al poder, para el resto de la cultura se exige la rentabilidad ante todo.
En este ambiente, los principios de percepción que se referían a educación y cultura comenzaron a cambiar:
– La educación ya no se considera un mecanismo seguro para conseguir una mejora económica o social, incluso en algunos casos se considera una rémora.
– La educación se orienta hacia las “actividades rentables” y vinculadas a la economía especulativa.
– La cultura se trasforma en un elemento de élite y se distancia de la población: Cultura / Espectáculo. Ésta comienza a ver la cultura con mirada negativa.
– Las autoridades públicas y económicas comienzan a valorar el apoyo a las actividades culturales en función de las rentabilidades económicas, políticas o publicitarias que éstas reporten.
– Desprestigio de artistas y sus organizaciones representativas.
Lo peor de todo es que la mayoría del sector cultural se dejó seducir por estos cantos de sirena y entró de lleno en este concepto de “Industria Cultural”. Y lo hizo a lo grande. Todos lo hicimos a lo grande.

EN UN PAR DE DÍAS:
LOS ERRORES DEL SECTOR CULTURAL O “ADORANDO AL BECERRO DE ORO”