Hace un par de años, un amigo me vino a buscar al lugar donde trabajaba. Fuimos a tomarnos un café. En algún momento de la mañana me dio un regalo. Era AQUÍ, un libro de una poeta que no conocía entonces y cuyo nombre me resultaba impronunciable: Wislawa Szymborska. “Es polaca. Maravillosa. Tienes que tenerlo”, me dijo. Lo era. Lo es. Después me hice con otros poemarios suyos: El gran número, Fin y principio, Paisaje con grano de arena… Es una poeta a la que se vuelve como se recuerda un paseo agradable bajo los eucaliptos, como quien se toma un chocolate caliente mientras llueve afuera, como quien ríe porque el mundo sucede o a pesar de ello. Ayer Wislawa moría víctima de un cáncer de pulmón, anciana, guapa e irónica como era, tranquila y caliente en su cama. Yo me quedo con la tranquilidad de que existió y con el consuelo de sus versos entre los dedos, para cuando quiera resucitarla despacito y compartirla. Como ahora: AMOR A PRIMERA VISTA (de Fin y Principio, 1993). Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es mas que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.