¡Qué maravilla!

Acabo de regresar de dos semanas
abducida por la literatura infantil. Estoy cursando el VI Máster de Promoción
de la Lectura y Literatura Infantil
y ha sido en la mágica ciudad de CUENCA
donde nos hemos encontrado cuarenta personas de siete países distintos (México,
Colombia, Argentina, Chile, República Dominicana, Puerto Rico y España) para
realizar la parte presencial del Máster.

He tenido la oportunidad de
volver a recibir clases de profesionales del CEPLI: Pedro Cerrillo, Santiago
Yubero, César Sánchez, Sandra Sánchez y Elisa Larrañaga
, pero también de
conocer a muchos y muy variados profesionales que trabajan en torno a la
literatura infantil.

El primer y maravilloso encuentro
lo tuvimos con la escritora Montserrat del Amo, un verdadero lujo contar con
sus palabras y su presencia. Al día siguiente Mariano Coronas, excelente,
cercano y creativo, nos mostró su trabajo en la biblioteca escolar (en la foto aparecemos todos con él en el centro). También
estuvieron por allá Ernesto Rodríguez Abad (a quien tengo bastante cerca, por
suerte y por tinerfeño) que nos removió el alma y el cuerpo a todos, a Elvira
Novell
y su maleta de álbumes ilustrados… conocimos también a un profesionalísimo
Jesús Moya, admirable por su gran trabajo sobre los libros álbum y por su
persona, contamos con la genial Gemma Lluch, que nos acompañó en el camino de
cómo y qué investigar,  Antonio Santos, ilustrador y artista plástico, absolutamente encantador, Alfonso Ruano, ilustrador y director gráfico de SM, Ramon Llorens y su canon de lecturas, Pascuala Morote y
la recopilación de leyendas… y como broche final, la genial actriz y
narradora Ana García Castellano, ofreciéndonos un taller de cuentacuentos. 

Sin embargo, el mejor regalo de
todos han sido los excelentes compañeros a quienes he podido conocer en estos
días. Gente válida, verdadera, profesionales hasta la médula y humanos de alma
viva, personas que, ante todo, son personas. La calidad humana era inacabable,
las vivencias compartidas inmensas, la energía vibraba por las esquinas de la
residencia, de las aulas, de las calles.

Compartimos sesiones nocturnas de cuentos en las que, con el chupito de Crema de orujo o de Resoli en mano, cada uno contaba o leía lo que quisiera; hicimos excursiones el fin de
semana y alguna que otra noche… y todo en el inmejorable marco de la ciudad
de las piedras encendidas. Es una suerte que hayamos coincidido en este punto personas tan diferentes y tan similares. Un lujo haber sido capaces de compartirnos, de debatir, de cuestionar, de valorar y admirar, sin rencillas ni zancadillas. Hemos sido tremendamente grupocéntricos, tanto que en ocasiones parecía que los profesores que nos querían transmitir sus conocimientos eran solo una excusa para que pudiéramos contarnos lo que hacíamos, cómo y por qué. En fin, una experiencia difícilmente mejorable.
Francamente, lamento haber estado
desaparecida, pero ha sido para volver agradecida, repleta, emocionada y más viva que
nunca.