El otro día hablaba sobre el papel del
narrador 
a la hora de escoger historias que se alejaran de una actitud
ejemplarizante o moralista y la importancia de que sencillamente dejara que el
cuento hiciera su trabajo: contar y punto. Sin embargo, el hecho mismo de
escoger unas determinadas historias y no otras ya dice mucho del tipo de
narrador que eres, de lo que quieres transmitir, de lo que te gusta, de lo que
te importa.


Un buen amigo me instaba a que
continuara ese “y punto” y comentara qué hacía que contara, qué me impulsaba a
narrar y qué razones personales y profesionales me llevaban a ello. Lo cierto
es que es una buena pregunta y una útil reflexión el hecho de plantearnos por
qué hacemos lo que hacemos, ya seamos leñadores, editores, arquitectos o
cuenteros.


Razones hay para todo, y si no las hay,
se inventan. Pues bien, he aquí mi endecálogo:



1. Cuento porque está muy bien que uno haga
algo que le gusta. Y esto me encanta desde la primera vez que lo vi hacer y
desde la primera vez que lo hice.

2. Cuento porque leo. Si no leyera, si no
hubiera leído de chica, no tendría mucho que contar. Sigo leyendo,
seleccionando, buscando, escuchando. Porque tampoco tiene mucho que contar el
que no escucha.

3. Cuento por lo que siento cuando veo y
escucho contar a un buen narrador.

4. Poniéndonos poéticos y aunando varias
razones, cuento como quien pinta, por llenarme un poco de colores por dentro;
como quien canta, por ver si mi voz se acopla al cuerpo de otros; como quien
mira, porque el que cuenta ha de saber ver.

5. Cuento como quien escribe, porque, como
dice Gustavo Martín Garzo en El hilo azul (2001:18),
“escribimos para que el otro se detenga y nos oiga contar. No importa
lo que contemos, sino que esté a nuestro lado y nos escuche. Porque contar una
historia es, por encima de cualquier otra cosa, contemplar el rostro del que la
escucha.”
Cuento, por tanto, por ver la cara al que escucha. Ese embeleso, la
certeza de la conexión profunda y directa, es algo adictivo. La sorpresa, los
ojos abiertos en extremo, los oyentes vendidos a las palabras, a la relajación,
al olvido de sus vidas por un instante. Por esa sensación de poder, de saber
que por un momento el que escucha está en tus manos, y tienes la
responsabilidad de tratar con sus emociones, porque en ese instante están
dentro y te han dado permiso para que les acompañes.

6. Cuento, por tanto, porque me siento
responsable a la hora de hacerlo. No es un juego. Es esencial seleccionar, ser
coherente, saber qué se quiere contar y, de alguna manera, por qué.

7. Cuento porque respeto a los cuentos y a
quien cuento. No todo vale ni todo está bien hecho.

8. Cuento porque no es fácil. Me gustan los
retos, el aprendizaje continuo. Saber que 
nunca se sabe lo suficiente y siempre se está en el camino. Y porque, aunque no sea sencillo, lo siento fluir en mí casi como si lo fuera.

9. Cuento porque soy demasiado habladora
como para no contar. Y por el teatro, que me enseñó a disfrutar de la escena. Y
por la sensibilidad, que me permite acercarme a la gente.

10. Cuento
porque adoro y necesito compartir lo que me gusta.

11. Cuento por si puedo vivir de esto, cosa
que está francamente complicada en estos tiempos que corren y en este lugar que
habito, así que cuento, que para empezar es algo.

En fin, resumiendo, cuento porque me
hace feliz, pese a los quebraderos de cabeza, las dudas, los miedos y la
inseguridad. Siempre digo que es de los oficios más bonitos que hay: elemental, hermoso, creativo, necesario. Uno de
esos trabajos que, por que partan de una pasión, no deben devenir en peor
trabajo ni menor pasión.



Imagen extraída de “El árbol rojo”. Shaun Tan. Ed. Bárbara Fiore.