Desde hace tiempo, muchas de las personas que nos dedicamos “a esto de contar historias” venimos defendiendo los cuentos tradicionales ante todos los que les tildan de machistas, retrógrados o estereotipados, entre otras cosas. En mi opinión, los cuentos no deberían defenderse de nada salvo del desconocimiento.

A las islas llegaron cuentos de manos de los conquistadores y posteriores colonizadores. De diferentes lugares trajeron su cultura y costumbres europeas que se mezclaron con las que ya se contaban en las diferentes áreas geográficas y que se sumaron a las que vendrían después, hasta llegar a hoy. ¿Cuántos cuentos habrá que contaban nuestras abuelas canarias y que tienen raíces indoeuropeas? Me vienen a la mente “El castillo de irás y no volverás” o “La flor del Orobal”. ¿Los conocemos? ¿Los contamos?
Hasta hace bien poco no conocía el libro escrito por Domingo Báez titulado “Cuentos de brujas de Fuerteventura”, con textos que recogió de las narraciones de personas mayores de la isla para que no se perdieran y que tienen mucho en común con historias que he escuchado en otros puntos de Iberoamérica. Nuestras historias no se reducen únicamente a las leyendas que provienen de la época de la conquista y nuestros Guanches. Hay gran cantidad de romances, cancioneros e historias tradicionales en los que rebuscar para conocernos mejor, para, a través de las tramas y las imágenes, a través de la implicación emocional, profundizar en los mecanismos estéticos que dan sentido a lo que se narra y a su disfrute.

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