El mundo raro y los cuentos chiquitos de JUAN CARLOS TACORONTE
Juan Carlos Tacoronte es… se dedica a… bueno, es mucho más sencillo dejarse mecer por sus palabras, sus gestos y, en general, su estilo, que tratar de describirle, así que, en lo que les da tiempo de conocerle y no (a los que no le conozcan ya), les voy a contar un poquito. Pero ya les digo, no es fácil, es como querer describir el mar aunando profundidad, variedad de matices, la furia del romper de las olas, la forma dulce en que la espuma lame la orilla, el misterio, el horror y la maravilla… todo a la vez. Quiero, en realidad, compartir la alegría de saber que existe, y acercarles un poco de su mundo. Juan Carlos lucha, narra, actúa, genera, provoca, guía, entre otras cosas. Aquí, su blog.
Escucharle contar es escuchar la infancia, los surcos en la piel, la tierra polvorienta sobre la que pisamos y sobre la que antes andaron nuestros padres, nuestros abuelos. Es escuchar el luto, el arañar la tierra de los jornaleros, los sombreros de paja, los patios, la humedad, la alegría y risa primigenia y sencilla de los que, sin más y con todo, viven. Es acercarse a la tierra canaria de la memoria, antes de que llegara el piche con su lengua negra, antes de que el agua corriera bajo nuestra orden o de que la luz eléctrica apareciera cuando la llamáramos. E incluso después.
Yo lo resumo como un poeta. Dice que su abuela le decía “medio poeta”. Su otra mitad entonces, sería un puño alzado, gritando y luchando sobre el polvo. Su forma de contar, de hablar, de ver el mundo y responderle, son, como poco, dignas de sentir de cerca.
Estos días ha comenzado a publicar en su página de Facebook pequeños cuentos. Cuentos que terminan siempre con la sentencia “un mundo raro, un cuento chiquito”.
Dice que estos cuentos salen de una grieta que hay en la pared de la casa de carne que habita. Puede que esas pequeñas historias cambien, se reescriban, se reestructuren, crezcan o decrezcan, pero independientemente de ello he escogido cuatro para compartirlos aquí.
Aúnan para mí su esencia. Me encanta la vida que destilan, la crudeza y el modo en que el amor las impulsa, cualquier tipo de amor.
Yo he escogido cuatro, y aquí los comparto, con su permiso:
Dormida y todo seguía bailando, era tan feliz que su alegría se desbordó de tal manera que toda la casa, la calle e incluso el barrio, quedó inundado de aquella ajena alegría. El alcalde decretó, por los desperfectos causados por tanta felicidad desparramada, zona catastrófica y mandó a encerrar a Candelaria Machado por reírse más de la cuenta. Un mundo raro. Un cuento chiquito.
“Apósate mariposa en la flor de la Milana, apósate que yo no te hago nada”. Después brincaba y se reía con toda la cara encendida como una noche de fuegos por el día de la patrona. Toda esa alegría que desparramaba dejaba a su paso rostros ambles y cómplices. Aquel patio, pequeño bosque enlatado, era un mundo por donde pasaba la vida con sus milagros del tres al cuarto, pero una vida bien bonita. De Aniceto Fuegosanto dicen que la muerte lo besó en la cuna y que por eso se quedó niño para siempre. Su madre Argelia Cabeza lo quiso por trescientos. Amor de madre, amor sin condiciones. Un mundo raro.
Un cuento chiquito.
Un cuento chiquito.
Carolina Panseco decía que la vida había que vivirla y quería, decía ella, morirse viva. El viejo cambado baboso la miró mal desde el principio, no le gustaba su frescura ni la alegría que destilaba. Entonces la esperó cerca de las cuarterías amagado entre los tarajales secos. La noche era cerrada y el aire que bajaba de la cumbre venía seco. Carolina Panseco cantaba para espantar el miedo. Al llegar a los tarajales se le plantó delante el viejo y a ella no le dio tiempo de sortear el golpe. Pues bien muerta y todo seguía cantando. El viejo cabrón la arrastró y la tiró por un resolladero. Seguía cantando y el viejo no aguantaba aquella voz que cada vez retumbaba más impertinente. Echó tierra y piedras pero la muerta seguía cantando. Toda la cuartería podía oírla cantar, pero como si nada aquella buena gente. Al viejo le dio un jamacuco que le partió en dos el cielo de la boca. El silencio de las buenas personas pregona su altura. Un mundo raro. Un cuento chiquito.
Siempre a la misma hora los ahogados traían su recado aguachento y sus toses gruesas. Despertaban a la hija del farero para decir aquello o lo otro.
La niña les silbaba desde los pretiles del muro viejo al borde del rompiente. Bajo la sombra alargada del faro, aquella comitiva se quedaba en la orilla y hasta que la niña no les cantaba, no se iban.
La niña les silbaba desde los pretiles del muro viejo al borde del rompiente. Bajo la sombra alargada del faro, aquella comitiva se quedaba en la orilla y hasta que la niña no les cantaba, no se iban.
Al final muchas de las veces su padre la amarró con soga de pitera porque creyó el hombre que la niña era sonámbula. Un mundo raro. Un cuento chiquito.
Les dejo con un corto, como él dice “hecho con fe”, basado en un microcuento de Luis Felipe Lomeli.