Ayer cayó en mis manos “El
arenque rojo”
, de Alicia Varela y Gonzalo Moure, publicado en gran tamaño y
cartoné por SM. Un libro absolutamente diferente, una invitación directa al
despertar de la imaginación. Se nos presenta la escena de un parque, como si estuviéramos
viendo un corto en “plano secuencia”. Penetramos en su universo particular y
encontramos la simultaneidad de acciones de muchos personajes a lo largo de las
páginas. El escenario no varía. Los personajes, sus acciones y su situación sí,
de modo que podemos ir construyendo la historia de cada uno conforme va
avanzando el libro. Es un continuo ir y venir adelante y atrás de las páginas
siguiendo a cada personaje y maravillándote a la vez de cómo parece que la
estructura de la historia de cada uno podría servir para crear varios cuentos
desde su inicio hasta su final.
Me fascina la habilidad de este
libro para abrir la puerta a la construcción de historias. Gonzalo Moure, al
final, nos regala algunas de ellas (aún no las he querido leer), pero queda la
puerta abierta para construir muchas más. 
Está repleto de sensibilidad,
de detalles, de precisión. Es admirable.
Y esta mañana me he despertado
pensando qué se le pide a una buena historia. Cuál es su secreto. Qué hace que
inventar un cuento a partir de El arenque rojo, por ejemplo, sea un éxito,
guste, conmueva… o todo lo contrario.
Yo creo que el secreto de una buena historia es,
pese a que suene obvio o redundante, ese mismo: que sea una buena historia. De
nada sirve la mejor animación o los más magníficos efectos o ilustraciones
cuando la trama es mala, vacía o estúpida. Es bien sabido que no por más
artificios es mejor el producto.
En mi opinión, con los cuentos sucede igual. Necesitamos personajes. Interesantes. Necesitamos que pasen cosas. Una buena trama. Descubrimientos cada cierto
tiempo.
 Necesitamos que esté bien escrito
(o bien contado)
. Estructura, coherencia, vocabulario, recursos literarios.
Necesitamos interesarnos y no aburrirnos. En una buena historia no debe
faltar ni sobrar nada. Necesitamos crear lazos con lo que leemos. Empatizar,
sentirnos parte. Sobre todo eso. Necesitamos sentir. Y necesitamos un final. Un
buen final: ¿Siempre feliz? ¿Triste pero esperanzador? ¿Abierto? ¿Cuestionador? 
A un álbum ilustrado se le pide aún más, porque
en parte deja de ser un libro para convertirse en una obra de arte que aúna
imagen y texto en una sola dirección: transportar, emocionar, despertar la
sensibilidad artística.
En fin, el secreto de una buena historia es que
pueda, a partir de nuestra propia historia, hacernos olvidarla e imbuirnos sin
remedio en esa otra, inventada, ajena, pero de pronto inconfundible,
particular, personal: nuestra.
Y esto lo consigue con creces El arenque rojo, y, ojalá, todo lo que pueda nacer a
partir de él.

(Comprendo que es mucho lo que se podría ahondar en el tema de con qué ha de contar una buena historia pero no me alcanza el tiempo y el espacio. Tal vez en otra ocasión. Aunque la puerta queda abierta. ¿Qué le pides tú a una buena historia?)