Han
sido unos días de cuento en el Festival Internacional del Cuento de Los Silos.
Cada año es una cita obligatoria acudir allí a contar y a disfrutar de los
cuentos de otros. Este año tocó disfrutar. Es un lujo observar a los ávidos de
cuentos que cada año se reúnen allí. Un público fiel, ya conocido, con el que
te encuentras en la plaza y dices: ¿Otro año más por aquí, verdad?
Y
sí, otro año más que ha pasado. El festival cumplió dieciocho años y los narradores
esta vez acudieron desde Italia, Puerto Rico, Chile… y desde Galicia, Guadalajara, Madrid y de esta y otras islas Canarias. Figuras esenciales y muy recomendables para disfrutar de los cuentos
fueron Pep Bruno y Charo Pita y fue absolutamente impresionante ver de cerca el
trabajo actoral del italiano Matteo Belli.
Cada
año, la hora que dura el trayecto de vuelta a casa en coche sirve para
reflexionar sobre lo visto y observado, sobre lo sentido. Este año venía
pensando en por qué unas sesiones te dejan absolutamente frío, impasible, aséptico
como una sala de espera, y otras te atrapan de tal manera que solo deseas que el
narrador no se vaya, que esa sesión no termine nunca y que cuente una hora tras
otra hasta que no quede voz, y quieres empaparte de esa magia, de ese algo que
hace que contar sea terriblemente necesario. Esa sensación urgente de volver a
subirte pronto a un escenario a contar para sentirte así, porque en ese momento
da la sensación de que la felicidad tiene que ser algo parecido a eso.
Ojalá
fueran así todas las sesiones. Como decía Charo Pita, idea con la que comulgo
absolutamente, cuando empieza un cuento se abre un paréntesis en la realidad,
que sigue siendo la misma pero no lo es porque está ocurriendo algo ahí dentro,
y todos estamos juntos aislándonos del mundo y abriendo una realidad nueva por
un ratito, hasta que se cierra el paréntesis y volvemos a casa, hasta que cada
uno vuelve a abrirlo cuando quiera.
Y
sucede que a veces no se abre ningún paréntesis. A veces no ocurre nada. Tienes
delante a un narrador que no te dice. Lo estás oyendo, te hace reír, tal vez,
le ves las buenas intenciones, tal vez, pero cuando sales, cuando te vas, no
atraviesas ningún símbolo de paréntesis, no atraviesas más que la puerta. Y
llegas a la calle y ya olvidaste, porque no había nada que recordar.
Desde
mi percepción, por un lado tiene que ver con su predisposición ante la sesión,
con la filosofía de la que parte a la hora de afrontar su trabajo, con su nivel
de compromiso ante el cuento y lo que significa para él. Con su forma de contar:
si imposta la voz, si carga con más ínfulas que historias, si va por delante su
orgullo o sus cuentos. Por otro, o, por lo mismo, con la persona que es, con su
calidad humana, con la esencia que transmite. Por otro, claro está, con las
historias que escoge contar, si es que escoge y con el talento/habilidad/capacidad para transmitirlas. Y a mí me dejan vacía cuando
pretenden dar a entender lo importantes que son pero narran cosas vacuas, o cuando
dan la sensación de respetar el cuento lo justo, nada más que como mero
entretenimiento para un público al que no entretienen porque no lo están
respetando. Me llenan, sin embargo, cuando se observa un trabajo previo, un
cuidado en la selección de las historias y en su hilado, cuando saben qué contar
en cada momento, cuando ordenan a los niños con presteza si están desarbolados
subiéndose por las paredes a través de las palabras adecuadas o del gesto justo.
Me llena el sentido que le dan a lo que hacen cuando te cuentan desde dentro, desde bien adentro; cuando parten de la experiencia que da saber qué funciona y qué no, qué hace sentir y qué
pasa de largo. Me dan ganas de exprimirles, de aprender, de contar con esa
experiencia y ese saber hacer, saber seleccionar y decir, saber mirar, 
detectar, incluir, ajustar, rehacer desde la naturalidad,
desde la cercanía, desde la sencillez del panadero que sabe que el mejor pan no
es el congelado, sino el trabajado desde el amanecer con las propias manos.
En
fin, todo festival, toda reunión de cuenteros deja llenos y vacíos. Acudir y ver
es la mejor forma de aprender, de entender, de valorar.
Así
que a seguir viendo. A seguir.