Escribo esto porque no quiero olvidarlo. Quiero recordar la alegría, la compañía, la visita a Bibliotecas fantásticas que bien merecen este humilde reconocimiento.

El viaje por tierras peninsulares en pleno enero comenzó participando en la Asamblea Anual de AEDA, donde nos reunimos compañeros y compañeras de la Asociación durante una tarde y una mañana para mostrar, debatir, votar y definir los caminos por los que seguiremos trabajando este año. Una alegría de encuentro.

Esa misma tarde, el día 18 de enero,  mi compañera Isabel Bolívar y yo, aprovechando la visita a esas tierras, actuamos en el Centro Cultural de Cabanillas del Campo (Guadalajara) con una adaptación de EN EL BOSQUE, sesión que tanto nos acompañó con público de Educación Infantil en 2018.

 
Al día siguiente, en Madrid, nos reunimos por la mañana un pequeño grupo de personas que contamos para bebés para intentar los comienzos de lo que podría ser una red de trabajo y reflexión en torno al tema. ¡Cuánto queda por hacer!
 
El lunes 20 y martes 21 trabajé en Talavera de la Reina. Allí conté en dos bibliotecas: Niveiro Alfar El Carmen y José Hierro. La primera, una biblioteca fantástica levantada sobre un antiguo convento que después fue Alfar. Una preciosidad de lugar con un salón de actos en el que conté para bebés, público familiar y público adulto. Tres sesiones verdaderamente deliciosas acompañada por unas bibliotecarias fantásticas. 
 
 
En la José Hierro cuentan con una gigantesca sala de Biblioteca Infantil y Bebeteca, de las más grandes y mejor dispuestas que he visto. También tienen un encantador anfiteatro y un público educado en las historias, niños y niñas que llevan viniendo a la actividad de Bebeteca desde siempre y que saben y quieren escuchar. Una biblioteca donde trabaja Rut, gracias a la cual pude visitarles y contar allí. (¡Gracias Rut!)
 
Después continuó lo que era la gira original: visitar Salamanca y Zamora previa invitación de la querida Charo Jaular. 
El miércoles viajé a Salamanca para contar en la famosa Biblioteca de Villamayor, donde por fin conocí a Manuel, (famoso bibliotecario) del que desde hace años me hablan compañeras y compañeros de profesión. Y con razón.
Contar en Villamayor es jugar y ver jugar en otra liga. El mimo con el que Manuel trabaja, el cuidado, el cariño, el respeto, la humanidad, el buen hacer, son marca de la casa. 
Nada más entrar, dan ganas de abrazar las columnas y las estanterías, preciosamente vestidas de lana tejida por un grupo de mujeres, con hilos cedidos por las familias. 
 
Es una biblioteca viva, pero viva de verdad. Un lugar en el que pueden entrar los perros (hay incluso galletitas para ellos, si se portan bien). Pueden llevarse plantas en préstamo (o a cambio de alguna actividad que beneficie a la comunidad). ¡Allí había hasta aloe vera!
 
 
Y lo que más me enterneció: en las estanterías los niños y las niñas pueden medirse, apuntar su nombre, dibujar lo que quieran e ir creciendo viendo subir su medida estantería arriba, libros arriba. ¿Puede haber algo más íntimo y familiar que esto?
 
 
De las sesiones allí, qué decir, un público excepcional, respetuoso, acostumbrado a escuchar. En una de las sesiones, cuando estaba recogiendo, de pronto me di cuenta de que estaba allí. A poco que me despisté, me sentía en casa. 
En fin, nada más salir dan ganas de volver. Aquí una foto que pusieron en Facebook: ¡Si a ellos les encantó, a mí más!
 
 
Y me fui de río en río. Del Tajo de Talavera al Tormes de Salamanca y luego al Duero Zamorano. La bella Zamora me recibió contando en el Café Avalon. Mis reticencias tenía porque hace muchos años que no cuento en bares debido a las condiciones que suele haber, pero en este caso, nada que ver. Álvaro gestiona el local y las sesiones de narración con un respeto y un cuidado impresionantes y fue una sesión fantástica. Queda mucho cuento por delante los siguientes viernes, así que si están ahí, no se lo pierdan. 
El sábado conté en el Museo Etnográfico de Zamora, que pude visitar con calma y tiempo. Fueron dos pequeñas sesiones muy bonitas, con un público infantil tranquilo y atento.
 
 
El final del viaje fue contar en el Bar Manolita, Salamanca. Para adultos y para público familiar. ¡Qué lugar! ¡Cómo se llena! Un espacio regentado por Enrique con mucho cariño y respeto. Fueron, ambas, sesiones multitudinarias, con el espacio a reventar de gente, lo que habla muy bien del cuidado en la programación. 
 

 

Pese a ser sesiones fantásticas, lo mejor del viaje fue la gente, la alegría de los encuentros con conocidos y desconocidos. 
 
Mis compañeros y compañeras de AEDA, Pep y Mariaje, siempre tan generosos, Álvaro, que sin él no sé cómo nos habríamos organizado entre Guadalajara y Madrid. 
Rut en Talavera. Charo en Zamora con su casa, sus paseos, las charlas en coche. 
 
 
En Salamanca, Fernando Saldaña, al que no conocía en persona, que me adoptó durante el tiempo libre que tuve y me enseñó la ciudad contándome las leyendas de cada lugar por el que pasábamos. El frío y el poco tiempo no dejó que fuera mucho, pero fue suficiente para querer volver y repetir. 
Gracias Noelia, por tu tiempo y tu escucha. Gracias Rebeca, por el delicioso desayuno, la compañía y el apoyo. Raúl, fue breve, pero qué bien. Gracias por estar. 
 
En fin, afortunada y contenta. Qué suerte de trabajo. 

¡Seguimos!