En el marco del Village Storytelling Festival, como les contaba por aquí, acudí a un taller en el que se hablaba de un documental sobre la importancia de la narración a edades tempranas tras el confinamiento, se proyectaba y se hacía una sesión para bebés seguida de un pequeño taller y charla entre las asistentes. En cuanto me entere de si el documental puede compartirse, lo haré.

Esta entrada es para reflexionar sobre lo observado y compartirlo con algunas compañeras que me han preguntado.

Me quedé con la pena de no poder hablar más con la chica que llevaba la actividad, poder entrevistarla para saber más sobre su trabajo, su formación, sus ideas… pero sé que viene del mundo del teatro para bebés, que es actriz y comenzó a trabajar para estas edades, como suele suceder, al tener a sus propios hijos. Sé que hace vídeos con creaciones para compartir con bebés y familias y poco más.

Lo que vivimos en el taller fue lo que ella llamó “Active storytelling”.
Contó el cuento de Ricitos de Oro. Les pongo en situación: en el taller había unas 10 personas adultas (trabajadoras en el Festival, dos o tres maestras interesadas en contar a bebés y 4 madres), 4 bebés y una niña de 6 años.
Estábamos, las personas adultas, sentadas en semicírculo en sillas. Los bebés, los tres que ya caminaban, vagabundeaban después de estar más de 30 minutos iniciales en los que hubo charla y presentación del documental.
Luego se presentó a la narradora y comenzó el cuento.

No hubo ritual de inicio más allá de un suave Once upon a time. Nada parecido a lo que hacemos de cantar o tocar o hacer algo para llamar la atención del público o introducir la actividad.

Había colocado una maleta en medio del espacio y los bebés andaban curioseando alrededor. Ella se puso tras la maleta, la abrió y presentó a los tres personajes: tres peluches de tres osos de distintos tamaños. Los bebés se hicieron con ellos enseguida felizmente y se los llevaron con sus madres o los pasearon por el espacio.

Luego, mientras contaba, sacó de la maleta tres cuencos de diferentes tamaños y colores (el del papá oso, mamá osa y el osito) y tres cucharas también distintas. Los repartió entre los niños y las madres.

Lo que desayunaban los tres osos en sus cuencos era Porridge, y uno era salado, otro dulce y otro con arándanos. Mientras contaba esto, fue sacando tapers de la maleta. Uno con sal (y repartió sal poniendo un poquito a algunas madres en la mano), ofreciéndoles probar el mismo sabor que el papá oso. Luego azúcar y luego arándanos. Ninguno de los bebés probó nada. Las madres sí.

Después llegó el momento en que los tres personajes se fueron al bosque y dijo: let´ s go. Y nos dirigió hacia otra parte de la sala, donde hicimos un círculo. Allí cerramos los ojos y nos pasó diferentes plantas aromáticas por delante para sentir lo que olían los personajes en el bosque: tomillo, flores, menta…

Luego volvimos a sentarnos y fue cuando Ricitos de Oro llegó a la casa.
Los bebés seguían pululando por ahí libremente, tanto cuando estuvimos “en el bosque” como al volver al semicírculo.

Ricitos de oro era ella. Probó las sillas imaginarias del cuento, cada una cubierta con una tela distinta que fue sacando de la maleta y dando a tocar. Rompió la silla imaginaria del osito y cayó al suelo. Siguió el cuento, probó las camas y se quedó dormida. En esta parte del cuento jugaba con el cuerpo relacionándolo con los materiales de los que estaban hechas las camas. Por ejemplo, con la cama de agua, el público se movía fluidamente y con la cama de madera nos poníamos muy quietas y tiesas.
El final fue libre. Las madres que tenían los peluches hacían de esos personajes en ese momento. La narradora actuó como Ricitos de oro estando dormida en la cama del osito y se hicieron varios finales alternativos.

Qué cosa tan curiosa y, en muchos sentidos, diferente, pensé al salir.

No parecía la típica presentación y narración del cuento de forma escénica, cuidando la manera de colocarse frente al público o de presentar los objetos o materiales, ubicándolos en un lugar concreto o algo así. Por ejemplo, en algún momento tomó los tres osos a la vez, los puso unos encima de otros y para entonces ya los bebés se habían acercado y se los habían llevado.

Nada de música, nada de ritmos. Qué curioso. ¿Una canción para comenzar e introducir? ¿Un ritmo o movimientos rítmicos a la hora de ir o volver del bosque? ¿Una canción de despedida? ¿No?

Sobre el espacio… pese a que se intuía clara la maleta como lugar escénico de la narradora y las sillas para el público, no se recomendó en ningún momento que los bebés estuvieran con sus mamás o algo así. Eran libres de moverse por donde quisieran, coger los objetos con los que se estaba contando y llevárselos, sentarse junto a ella en el suelo, intentar meterse en la maleta… todo muy relajado. Me encantó y a la vez me desconcertó. Es importante que los bebés se sientan libres de moverse, pero… ¿hasta qué punto podemos dejarles los objetos que estamos usando para contar? Ella no parecía en absoluto preocupada por ello, de hecho parecía que era precisamente para eso. Cuando los bebés intentaban meterse en su maleta o cogerle alguna cosa que no tocaba ella pausadamente y sin interrumpir el cuento seguía a lo suyo, cerraba la maleta con cuidado y listo.

Además, se notaba mucho su interés a nivel sensorial. Era importante que se notara la inclusión del gusto con los sabores, los olores en el bosque, el tacto con las telas de la silla y la propiocepción con los movimientos de las camas. Esto me llamó la atención porque normalmente cuando contamos a bebés damos mucha importancia a los sentidos pero yo nunca me preocupo por incluirlos todos en una misma sesión. De hecho, el gusto es uno que jamás he incluido en ninguna. Me encantó poder observar otras propuestas a nivel sensorial.

A nivel visual, aparte de todo lo obvio, se observaba una proyección de una imagen fija de un bosque tras ella, a la que no hizo referencia, creo.

A nivel de ritmo y tiempo me llamó la atención también. Pudo estar más de media hora en total contando un único cuento tradicional utilizando objetos y elementos sensoriales, sin pretender en ningún momento que los bebés estuvieran con sus madres, respondieran a algo concreto… sencillamente estaban por ahí, contentos, participando a su manera.

Me dio la sensación de que el objetivo básico, como el mío, es que las madres se lleven a casa las ideas.
Todos los elementos que usó son cosas que encontramos en casa fácilmente y puede repetirse la experiencia en cualquier momento.

Parecía, pues, un taller dirigido a las madres en el que los bebés eran bienvenidos. Un laboratorio, un juego.
Sin embargo, me hubiera gustado saber cómo habría sido, por ejemplo, con 15 bebés en lugar de 4. ¿Cómo gestionar la libertad y todo lo demás en ese caso?.

En fin, ¿qué les parece? Para mí ha sido un interesante y breve tiempo para reflexionar sobre el propio hacer. Qué importante poder ver cómo se trabaja en otros lugares, ¿verdad?

¡Seguimos!