Mi primera lecturita del año empezó y terminó anoche. Me bebí este libro como quien necesita una infusión caliente para sentirse mejor y no suelta la taza hasta que se ha enfriado.

Este libro es un ensayo escrito por el querido escritor y cuentero chileno Andrés Montero del que ya les conté largo y tendido aquí, recomendándoles la lectura de su libro TAGUADA y aquí, donde les hablo de otros tres de sus libros.

Está publicado en España por Palabras del Candil y en Chile por Casa Contada y cuenta con un prólogo de Nicole Castillo.

Tuve la suerte de participar, aún sin haberlo leído, en la presentación que se hizo en el marco del festival Chilecuentos, donde nos encontramos con Pep Bruno, editor, Andrés y un buen puñado de cuentistas.

Dejando atrás un año marcado por los vacíos que dejan los no encuentros en persona, los no abrazos, las cancelaciones de Festivales en los que nos dábamos la vida a base de contarnos y vernos, este libro se presenta como un abrazo largo y cálido. Está articulado con anécdotas de amigas, compañeros cuentistas de Hispanoamérica. Algunas ya las había escuchado en persona en encuentros como esos que digo, en esos momentos en los que hablamos de nuestro oficio y arreglamos el mundo. Otras no las conocía y me han emocionado hasta las lágrimas.

El libro está estructurado en una introducción y 7 capítulos (ay… 7). En la introducción nos habla de la diferencia entre lo urgente y lo importante. (¡Empieza con una anécdota mía sobre lo que significamos!). Más adelante, escribe:

“Contar un cuento es como quitarle el polvo a la experiencia humana (…), es acercar el mundo al mundo (…) y lo que nos hará libres no será lo urgente sino lo importante”. (p. 23)

En todos los capítulos reflexiona intercalando sus ideas y experiencias con las anécdotas que le fueron enviadas.

Así, habla sobre cómo el cuento une a la humanidad, “Cuando alguien cuenta un cuento tenemos la sensación de que se ha encendido una hoguera” (p.28)

es nuestra memoria e identidad, “Los relatos son la memoria del pueblo y la falta de ellos trae aparejado el olvido” (p. 42)

es un espacio de libertad, “Y no puedo dejar de emocionarme al pensar en ese hombre preso cantando a la libertad que le entregó un cuento contado una mañana” (p.54)

desarrolla la imaginación y la creatividad: “Al escuchar cuentos somos también creadores” (p. 66)

nos ayuda a mitigar el dolor, “El cuento permite que se mantenga encendida la luz de la vida, las ganas de vivir” (p.75)”

es mágico… “Los cuentos escapan a toda lógica, cruzan el espacio en un tiempo inaprensible, conectan a los humanos de un extremo y otro…” (p. 84)

y finaliza concluyendo: ¡Necesitamos los cuentos!

Andrés dice que “necesitamos los cuentos, las historias contadas, volver a mirarnos a los ojos, y cuando no tenemos eso, lo echamos de menos” (p. 95) y leyendo este libro, no cabe duda de que por un rato me he sentido menos sola, totalmente comprendida, recordándome el por qué y el para qué de lo que hago, imaginando caminos posibles y siempre, siempre, encontrándonos.

Este libro es un encuentro que llega en un momento en el que tanto lo necesitamos.

Gracias, Andrés, y gracias al equipo de Casa Contada y Palabras del Candil.